Los años pasan, las horas no premian y los amantes hacen una
larga hilera hacia el pasado pesumbroso sin dar un fruto a ese vientre
marchito. La agonía se hace eterna con cada encuentro, al inicio no lo pensaba
ni se proyectaba a la concepción; pero entre más pasan los años erudito y la
química surgía se vislumbraba con un ser entre mantas blancas envuelto en terciopelo,
acariciándole su mejía y acurrucándolo en su pecho, pero la ironía era agreste
a ella pues el tiempo solo le daba una burla y reflejaba sus deseos en cada gestación
de su entorno.
Los años pasan y el desconsuelo aumenta, las heridas no
cierran y el corazón se fracciona a microfragmentos sin reparo. Las salidas y
bebidas palian la desdicha, pero no calma su sed ni olvida; ahora es un rencor
por su naturaleza aforme, su vivencia inaudita y su cicatriz sin huella del
parto añorado.
Ya deja los 30 y su recuerdo se hace eterno.
Blanca Apéstegui